martes, 28 de octubre de 2014

Vergüenza Ajena

Muchas veces sentí vergüenza de ser chileno, al contarle a extranjeros lo básico que somos para pensar... o de como el chileno promedio se está convirtiendo mas en un gringo, copiando las formas de vivir y educar a los niños con la televisión... como nos convencen los medios de lo que es correcto y nos ocultan las cosas fundamentales... o de como vivimos pensando que otros son el problema y que para ganar no se usan los méritos propios, sino que atacamos y aplastamos a los potenciales competidores.

Muchas veces sentí vergüenza también de ver como la sociedad chilena no es capaz de alzar la voz para decir que algo está mal. Ya no tenemos líderes... la gente que está en el poder los calla y los somete poniéndole la pata encima o acoplándolos con un puesto en el poder, pero la verdad es que los manipulan y lo convierten en uno de ellos.

Muchas veces sentí vergüenza al ver la calidad de vida que tiene la gran mayoría de las personas, intentando adquirir lo que la sociedad les dice que necesitan, y se gastan lo que no tienen para ser parte de éste circulo vicioso... guardar las apariencias de que todo está bien, cuando en verdad lo esencial se descuida... la familia, la educación, el cariño, la lealtad, el amor... poco queda de eso en ésta sociedad.

Muchas veces sentí vergüenza al ver como nuestro gobierno se dedica a mostrar a otros países del mundo como se avanza en tecnología, en economía, en hospitales modernos... lamentablemente el hospital ese está lleno de doctores sin vocación que sólo estudiaron medicina para llenarse los bolsillos... o los políticos que a pesar de estar forrados en plata no tienen la vergüenza que a mi me da saber que nos están robando y viven en mansiones y ganan lo que podría alimentar a cien familias  de clase media o miles de clase baja.

Muchas veces sentí vergüenza al ver por la ventana de una casa tienen un televisor de plasma o LCD pero lo niños afuera en la calle juegan con sus zapatos rotos... y ver que cada uno de los flaites de la esquina textean en sus iPhones, SmartPhones o Blackberries... mientras otros tantos que haceos las cosas bien. sin lastimar ni pasar a llevar a otras personas, nos angustiamos porque no sabemos como vamos a sobrevivir al siguiente día.

Muchas veces sentí vergüenza al ver como todo el mundo está pendiente de la farándula cuando nuestros pueblos originarios indígenas son borrados del mapa y nadie parece interesarle... o cuando en la noticias muestran al nuevo hijo del príncipe nacido en cuna de oro, peor aún de países que sólo han hecho su riquezas gracias a la explotación de nuestros recursos naturales y humanos.

Muchas veces sentí vergüenza de los representantes de Chile en el extranjero, lanzas internacionales, futbolistas que no saben ni hablar correctamente, políticos que no tienen idea de la cultura del país que están visitando.

En fin son muchas las cosas que me indignan y me daban vergüenza, pensando que es una descripción de chileno, pero con la internacionalización que se vive en el mundo, la comunicación, las redes sociales y las noticias mundiales, me doy cuenta que no somos solamente los chilenos los que tenemos éstos problemas, es mas bien la condición humana la que desde tiempos antiguos siempre ha sido egoísta y manipulada por aquellos que tienen un poco de poder y ambicionan mas y mas.

Ahora no siento vergüenza de ser chileno, todo los contrario siento que somos fuertes porque hemos soportado bastantes abusos, explotación y para peor bastantes catástrofes naturales... somos gente feliz a pesar de tener un calidad de vida mediocre y vivir en ignorancia (la ignorancia es una virtud he escuchado por ahí).

Ahora mismo siento vergüenza de que seamos seres humanos, abusando de los animales, el planeta y sus recursos, de los que no consideramos nuestros pares e incluso nuestros pares cercanos.

viernes, 11 de julio de 2014

No tengo nada, pero no podría estar mejor

Mientras pasaron los años he vivido algunas experiencias que quizás en su momento no le di el menor significado. Ahora las quiero escribir para no olvidarlas…

Al llegar a Punta Arena desde Santiago recuerdo, cuando me echaban de la sala de clases por desordenado, haber visto desde los ventanales del Liceo de Hombre los cielos más hermosos en el amanecer con los colores dorados, naranjos, rosados y purpura de las nubes reflejados en el Estrecho de Magallanes.

También recuerdo después de alguna noche parranda, en más de una oportunidad, haber visto la luna salir de las aguas del Estrecho, naranja e inmensa como un sol, con el frío calándote los huesos a pesar de estar más abrigado que hijo único.

Una vez, hace unos 15 años quizás, salí de paseo con mi amigo Miguel y su padre, fuimos a la carretera entre Puerto Natales y la Cueva el Milodón, pero no pudimos llegar más allá porque no era temporada y estaba cerrada así que acampamos cerca del y como éramos muy pendejos solo llevamos un par cervezas en lata, las que tomamos con cuchara de té porque supuestamente así nos emborracharíamos, teoría que comprobamos no es realidad 100%. En la mañana quisimos subir un “cerrito”, pero se veía más pequeño de lo que realmente era, luego de subir como 3 horas entre cadillo, calafates y otros arbustos. Llegamos a la parte más alta del cerro, que tenía un precipicio bastante alto, al pararme en la orilla y mirar al hacia abajo noté que daba a un valle con un bosque y en medio un río en zigzag que terminaba en una pequeña cascada y de fondo en el horizonte las montañas nevadas a lo lejos. Ahí parado en una caída de muerte segura, con el viento pegándote en todo el cuerpo, erizándote los pelos y los cóndores volando debajo extendí los brazos y vi las preciosas nubes que sólo se dan en la Patagonia.

En el verano del 2003 creo, cuando vivía en Puerto Montt, trabajaba una feria artesanal del Mall Paseo Costanera y con mis amigos Juan, Daniel y David, de la tienda de tatuajes, fuimos a nadar a la playa cerca de Peyuco, cuando estábamos llegando a la playa se puso a llover, nos fumamos unos porros y entramos al agua de todas formas, con la lluvia rebotando en el agua.

Cuando fui a vivir a Puerto Natales para trabajar en el Hostal Lili Patagónico’s tuve la oportunidad de escalar en su Boulder y mejor aún escalar en la roca con Pepón, Nadia, Bastián, Vivi y José que solo leía y escuchaba música. También ese domingo que fuimos a la Laguna Sofía con ellos y Fanny que traía su Cachaza de Brasil, preparamos unos mojitos improvisados y tomamos todo el día siguiente mientras buscábamos una sombra para taparnos del fuerte sol o nadábamos en la laguna, me quemé tanto que la Sybi me tuvo que poner aloe vera en la espalda, gracias linda ^_^.

El Parque Nacional Torres del Paine y sus caminatas que a veces parecían interminables (escuchando Radiohead o Pink Floyd en los audífonos) con paisajes impresionantes llenos de arbustos, bosques, montañas, glaciares y lagos. Todo valía la pena al llegar a algún impresionante lugar como el Lago Grey con el impresionante Glaciar Grey de fondo. Ó estar en medio del Valle Francés con sus bosques que parecen escalar las montañas y ríos que descienden de ellas, rodeado en 360º de monumentales montañas de diversas formas y rocas, con glaciares y nieve en la punta o altos y grises que parece que tuvieran las nubes clavadas en las puntas, hacia el sur los lagos de color turquesa. En el camping de la Base de Las Torres meditar a la orilla del río escuchando la corriente del agua, el viento, las aves y la naturaleza en general, sintiendo la brisa que se cuela como la mano de tu pareja fría en la espalda y las aves que revolotean cerca cuando estas lo suficientemente quieto y en silencio que pareces parte del entorno. Ver el amanecer en el valle de Las Torres del Paine que toman esos colores naranjos que parecen pintadas, recuerdo haberme imaginado en ese momento lo fantástico que sería ahí un concierto de Los Jaivas, un lugar mágico de verdad.

Nunca olvidare, en el Fiordo de Ultima Esperanza, esos atardeceres en la playa de Puerto Natales, que nunca eran igual al del día anterior. Tampoco olvidaré cuando entre a las frías aguas del fiordo en pelota, en el sector de Cerro Ballena frente a la ciudad. Fue cómico porque entraba y entraba hasta unos 30 metros hacia adentro y el agua recién me llegaba a las rodillas, dejando todo mi trasero al aire. Lo mejor de todo fue la compañía de esos momentos especiales, Fanny que jamás pensé que encontraría alguien tan especial por esos lugares.

Para llegar a la casa de mi madre hay que cruzar el Estuario de Reloncaví en barcaza para llegar a La Posa, un lugar muy tranquilo donde pude trabajar ayudando a construir una lancha de 16 Ms. con Marcelo el vecino de mi mamá. Cociendo las tablas para doblarlas, prensándolas y clavándolas para ir tapando poco a poco los espacios vacíos. También fuimos al bosque para cortar árboles, y Marcelo que cargaba esos troncos de más de 300 Kg. que yo ni siquiera podía levantar, para sacar las cuadernas con la forma necesaria para la lancha. Esas tardes re clavando cada unas de las tablas con esos benditos clavos de cobre, me siento privilegiado por haber podido trabajar en un oficio tan tradicional e importante para esa zona de Chile.

Otro momento increíble que viví ahí en La Posa frente a la casa de mi madre, una noche de insomnio se me ocurrió salir a fumarme un cigarrillo. Estaba tan despejada y clara la noche que pude ver la luna y las estrellas reflejadas en una de las posas que se crean cuando baja la marea.

Recuerdo en Santiago como disfrutaba salir a pedalear, después de mucho tiempo de no montar una, ir a toda máquina entre la gente como un niño de 10 años en el Parque Quinta Normal con la sonrisa de oreja a oreja, ó pedalear en la ciudad de noche cuando no hay mucha gente en las calles con el piso húmedo reflejando las luces de la ciudad, o bajar a hecho un rayo sin frenar el Cerro San Cristóbal con el sol quemándote y la brisa refrescándote. También me encantaba dormir una siesta en la hamaca de Casa Roja, cerca de la piscina y ese patio que parece un oasis dentro de la desértica y calurosa ciudad de concreto.

Cuando estuve viviendo en Castro la capital de la Isla Grande de Chiloé, también viví momentos espectaculares, ver el amanecer desde la ventana de la casa después de de esas largas charlas poniéndonos al día con Eva. Disfrutaba sentarme en esa misma ventana a tocar guitarra con el paisaje de la bahía, el Río Gamboa y sus palafitos. Ese domingo que fuimos al río a pasar la caña y saltar en él desde una roca de 3 ms. de altura, visitar el Parque Nacional Chiloé con las gringas Megan y Lauren, la caminata eterna para ver el Puente de las Almas con Aurelie y unas chicas de las tantas personas que alojé en casa haciendo CouchSurfing.

Después trabajando como guía de Pachama by Bus logré conocer el norte de Chile. La bahía de Pichidangui con sus empanadas de mariscos frescos, Coquimbo y La Serena con su hermosa bahía y sus historias de piratas, Punta de Choros con su fauna espectacular: delfines, chungungos, pingüinos y una infinidad de pajarracos. Ciudades como Caldera, Antofagasta y Chañaral donde habitan los sacrificados chilenos que hacen patria con la pesca y la minería.

Conocer la historia de las Salitreras y las Minas de Nitrato en el Desierto de Atacama y conocer los lugares de los que habla Hernán Rivera Letelier en sus libros. Los Pueblos u Oficinas abandonadas cubiertas de sol ardiente, viento y polvo en el medio del Oasis de Tal Tal. Un Oasis de recursos y minerales, no de agua y vida, porque lo que menos hay en esos lugares abandonados es vida.

Los increíbles lugares del Salar de Atacama; flotar en la Laguna Cejar, ver el atardecer en la Laguna Chaxa o en el Valle de la Luna, pedalear a toda velocidad en medio del salar y caminar dentro de Las Cuevas de Sal. Los oasis donde habita la gente como Toconao, Peine y San Pedro, ¡Uff… qué pueblo más encantador!, creo que me enamore de las calles, construcciones, la gente, el ambiente, los paisajes… todo.

Por último Arica la ciudad más alejada de mi Punta Arenas natal, para compartir buenos momentos y surfear con mis amigos Liam y Lewis. ¡Muchas gracias!


De la fría Patagonia, mi Punta Arenas la ciudad más al Sur de Chile, hasta el Norte Grande, Arica la ciudad más al norte. Tengo el agrado de saber, ahora, que tenemos un país increíble, con paisajes que no le tenemos que envidiar a nadie. La Cordillera de los Andes, el Océano Pacifico, el Desierto de Atacama, El Archipiélago de Chiloé. Todo eso junto con la gente, que a pesar de todos los problemas, el esfuerzo y el sacrificio sigue siendo feliz y cordial con el viajero. Lo que hace nos hace un país es la gente. No creo en las fronteras, limites y banderas, pero si en la identidad y la cultura de las personas. La gente cálida en el frío del sur de Chile, la gente amable del campo, la picardía de la gente del puerto, la gente sacrificada del desierto, los extranjeros que se enamoran y se quedan en estas tierras. Esas personas son los que hacen a Chile… ser Chile.