Mientras pasaron los
años he vivido algunas experiencias que quizás en su momento no le
di el menor significado. Ahora las quiero escribir para no
olvidarlas…
Al llegar a Punta
Arena desde Santiago recuerdo, cuando me echaban de la
sala de clases por desordenado, haber visto desde los ventanales del
Liceo de Hombre los cielos más hermosos en el amanecer con
los colores dorados, naranjos, rosados y purpura de las nubes
reflejados en el Estrecho de Magallanes.
También recuerdo
después de alguna noche parranda, en más de una oportunidad, haber
visto la luna salir de las aguas del Estrecho, naranja e inmensa como
un sol, con el frío calándote los huesos a pesar de estar más
abrigado que hijo único.
Una vez, hace unos
15 años quizás, salí de paseo con mi amigo Miguel y su padre,
fuimos a la carretera entre Puerto Natales y la Cueva el
Milodón, pero no pudimos llegar más allá porque no era
temporada y estaba cerrada así que acampamos cerca del y como éramos
muy pendejos solo llevamos un par cervezas en lata, las que tomamos
con cuchara de té porque supuestamente así nos emborracharíamos,
teoría que comprobamos no es realidad 100%. En la mañana quisimos
subir un “cerrito”, pero se veía más pequeño de lo que
realmente era, luego de subir como 3 horas entre cadillo, calafates y
otros arbustos. Llegamos a la parte más alta del cerro, que tenía
un precipicio bastante alto, al pararme en la orilla y mirar al hacia
abajo noté que daba a un valle con un bosque y en medio un río en
zigzag que terminaba en una pequeña cascada y de fondo en el
horizonte las montañas nevadas a lo lejos. Ahí parado en una caída
de muerte segura, con el viento pegándote en todo el cuerpo,
erizándote los pelos y los cóndores volando debajo extendí los
brazos y vi las preciosas nubes que sólo se dan en la Patagonia.
En el verano del
2003 creo, cuando vivía en Puerto Montt, trabajaba una feria
artesanal del Mall Paseo Costanera y con mis amigos Juan, Daniel y
David, de la tienda de tatuajes, fuimos a nadar a la playa cerca de
Peyuco, cuando estábamos llegando a la playa se puso a
llover, nos fumamos unos porros y entramos al agua de todas formas,
con la lluvia rebotando en el agua.
Cuando fui a vivir a
Puerto Natales para trabajar en el Hostal Lili Patagónico’s
tuve la oportunidad de escalar en su Boulder y mejor aún escalar en
la roca con Pepón, Nadia, Bastián, Vivi y José que solo leía y
escuchaba música. También ese domingo que fuimos a la Laguna
Sofía con ellos y Fanny que traía su Cachaza de Brasil,
preparamos unos mojitos improvisados y tomamos todo el día siguiente
mientras buscábamos una sombra para taparnos del fuerte sol o
nadábamos en la laguna, me quemé tanto que la Sybi me tuvo que
poner aloe vera en la espalda, gracias linda ^_^.
El Parque
Nacional Torres del Paine y sus caminatas que a veces parecían
interminables (escuchando Radiohead o Pink Floyd en los
audífonos) con paisajes impresionantes llenos de arbustos, bosques,
montañas, glaciares y lagos. Todo valía la pena al llegar a algún
impresionante lugar como el Lago Grey con el impresionante
Glaciar Grey de fondo. Ó estar en medio del Valle Francés
con sus bosques que parecen escalar las montañas y ríos que
descienden de ellas, rodeado en 360º de monumentales montañas de
diversas formas y rocas, con glaciares y nieve en la punta o altos y
grises que parece que tuvieran las nubes clavadas en las puntas,
hacia el sur los lagos de color turquesa. En el camping de la Base
de Las Torres meditar a la orilla del río escuchando la
corriente del agua, el viento, las aves y la naturaleza en general,
sintiendo la brisa que se cuela como la mano de tu pareja fría en la
espalda y las aves que revolotean cerca cuando estas lo
suficientemente quieto y en silencio que pareces parte del entorno.
Ver el amanecer en el valle de Las Torres del Paine que toman
esos colores naranjos que parecen pintadas, recuerdo haberme
imaginado en ese momento lo fantástico que sería ahí un concierto
de Los Jaivas, un lugar mágico de verdad.
Nunca olvidare, en
el Fiordo de Ultima Esperanza, esos atardeceres en la playa de
Puerto Natales, que nunca eran igual al del día anterior.
Tampoco olvidaré cuando entre a las frías aguas del fiordo en
pelota, en el sector de Cerro Ballena frente a la ciudad. Fue
cómico porque entraba y entraba hasta unos 30 metros hacia adentro y
el agua recién me llegaba a las rodillas, dejando todo mi trasero al
aire. Lo mejor de todo fue la compañía de esos momentos especiales,
Fanny que jamás pensé que encontraría alguien tan especial por
esos lugares.
Para llegar a la
casa de mi madre hay que cruzar el Estuario de Reloncaví en
barcaza para llegar a La Posa, un lugar muy tranquilo donde
pude trabajar ayudando a construir una lancha de 16 Ms. con Marcelo
el vecino de mi mamá. Cociendo las tablas para doblarlas,
prensándolas y clavándolas para ir tapando poco a poco los espacios
vacíos. También fuimos al bosque para cortar árboles, y Marcelo
que cargaba esos troncos de más de 300 Kg. que yo ni siquiera podía
levantar, para sacar las cuadernas con la forma necesaria para la
lancha. Esas tardes re clavando cada unas de las tablas con esos
benditos clavos de cobre, me siento privilegiado por haber podido
trabajar en un oficio tan tradicional e importante para esa zona de
Chile.
Otro momento
increíble que viví ahí en La Posa frente a la casa de mi
madre, una noche de insomnio se me ocurrió salir a fumarme un
cigarrillo. Estaba tan despejada y clara la noche que pude ver la
luna y las estrellas reflejadas en una de las posas que se crean
cuando baja la marea.
Recuerdo en Santiago
como disfrutaba salir a pedalear, después de mucho tiempo de no
montar una, ir a toda máquina entre la gente como un niño de 10
años en el Parque Quinta Normal con la sonrisa de oreja a
oreja, ó pedalear en la ciudad de noche cuando no hay mucha gente en
las calles con el piso húmedo reflejando las luces de la ciudad, o
bajar a hecho un rayo sin frenar el Cerro San Cristóbal con
el sol quemándote y la brisa refrescándote. También me encantaba
dormir una siesta en la hamaca de Casa Roja, cerca de la
piscina y ese patio que parece un oasis dentro de la desértica y
calurosa ciudad de concreto.
Cuando estuve
viviendo en Castro la capital de la Isla Grande de Chiloé,
también viví momentos espectaculares, ver el amanecer desde la
ventana de la casa después de de esas largas charlas poniéndonos al
día con Eva. Disfrutaba sentarme en esa misma ventana a tocar
guitarra con el paisaje de la bahía, el Río Gamboa y sus
palafitos. Ese domingo que fuimos al río a pasar la caña y saltar
en él desde una roca de 3 ms. de altura, visitar el Parque
Nacional Chiloé con las gringas Megan y Lauren, la caminata
eterna para ver el Puente de las Almas con Aurelie y unas
chicas de las tantas personas que alojé en casa haciendo
CouchSurfing.
Después trabajando
como guía de Pachama by Bus logré conocer el norte de Chile.
La bahía de Pichidangui con sus empanadas de mariscos
frescos, Coquimbo y La Serena con su hermosa bahía y
sus historias de piratas, Punta de Choros con su fauna
espectacular: delfines, chungungos, pingüinos y una infinidad de
pajarracos. Ciudades como Caldera, Antofagasta y Chañaral
donde habitan los sacrificados chilenos que hacen patria con la pesca
y la minería.
Conocer la historia
de las Salitreras y las Minas de Nitrato en el Desierto
de Atacama y conocer los lugares de los que habla Hernán
Rivera Letelier en sus libros. Los Pueblos u Oficinas abandonadas
cubiertas de sol ardiente, viento y polvo en el medio del Oasis de
Tal Tal. Un Oasis de recursos y minerales, no de agua y vida,
porque lo que menos hay en esos lugares abandonados es vida.
Los increíbles
lugares del Salar de Atacama; flotar en la Laguna
Cejar, ver el atardecer en la Laguna Chaxa o en el Valle
de la Luna, pedalear a toda velocidad en medio del salar y
caminar dentro de Las Cuevas de Sal. Los oasis donde habita la
gente como Toconao, Peine y San Pedro, ¡Uff…
qué pueblo más encantador!, creo que me enamore de las calles,
construcciones, la gente, el ambiente, los paisajes… todo.
Por último Arica
la ciudad más alejada de mi Punta Arenas natal, para
compartir buenos momentos y surfear con mis amigos Liam y Lewis.
¡Muchas gracias!
De la fría
Patagonia, mi Punta Arenas la ciudad más al Sur de Chile, hasta el
Norte Grande, Arica la ciudad más al norte. Tengo el agrado de
saber, ahora, que tenemos un país increíble, con paisajes que no le
tenemos que envidiar a nadie. La Cordillera de los Andes, el Océano
Pacifico, el Desierto de Atacama, El Archipiélago de Chiloé. Todo
eso junto con la gente, que a pesar de todos los problemas, el
esfuerzo y el sacrificio sigue siendo feliz y cordial con el viajero.
Lo que hace nos hace un país es la gente. No creo en las fronteras,
limites y banderas, pero si en la identidad y la cultura de las
personas. La gente cálida en el frío del sur de Chile, la gente
amable del campo, la picardía de la gente del puerto, la gente
sacrificada del desierto, los extranjeros que se enamoran y se quedan
en estas tierras. Esas personas son los que hacen a Chile… ser
Chile.
3 comentarios:
Feliz cumpleaños �� deberías actualizar tu blog !!
Uy comentario del 2017... No entro mucho acá, solo cuando escribo algo, y solo escribo cuando estoy triste... Pero muchas gracias, pretendo escribir o publicar algo que ya tengo escrito por ahí... Gracias por tu comentario y por el saludo de cumpleaños, ahora se viene el número 42...
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